Aquella muestra de la naturaleza, hizo que Ana escribiera un relato de forma tan magistral, que tras participar en un concurso nacional de relatos, ganó el primer premio. Para la joven, fue el escalón que le faltaba para poder continuar subiendo las escaleras que eran su vida.
La carta fue recibida sin pena ni gloria. Como si fuera una misiva más de publicidad. Pero en el interior de Ana, una tormenta de sentimientos y sensaciones, luchaban contra lo reservada que era con las cosas que conocía, nadie se iba a alegrar. Guardó la carta en una carpeta tras asegurarse de que aquella lectura realizada era la correcta, y siguió escribiendo en su novela con más alegría que nunca.
Ya por la tarde, más serena, se arregló, tomó su bolso verde de mano, y se dirigió hasta la cafetería. Allí, pidió un chocolate y unos churros. En la soledad de una mesa, celebró para sus adentros aquel premio tan largamente deseado y tan tristemente recibido.
Como la carta decía que el 26 de diciembre tenía que recoger el premio, siguió con normalidad su rutina, hasta que partió a la capital el día 23. Antes de recoger el premio, estaba dispuesta a celebrar la Navidad, pero lejos de su hogar. Lejos de la tristeza, de la amargura y de la soledad. Bueno, la soledad era su compañera, pero podía dejarla en el pueblo y llevarse con ella la ilusión y la esperanza.
Durante el trayecto en el autobús, comenzó a sentirse cada vez más alegre, con más ganas de Navidad, con una sensación de paz que no reconocía haber sentido antes. A duras penas podía permanecer quieta en el asiento hasta que para sus adentros, comenzó a entonar su primer villancico del año “los peces en el río”.
Al llegar a la capital, aunque se moría por hacer un recorrido por todos lados libre cual pajarillo, se dirigió al hotel donde había reservado una habitación y dejó las maletas. Al cabo de un rato, salió para hacer turismo. Estaba tan feliz que no recordaba nada ni pensaba en nadie. Había ganado el concurso, su nombre sería reconocido y la historia de aquel padre y aquel hijo, sería publicada. Tal vez para las personas que la rodeaban aquello no era importante, pero para ella, era un paso más en la vida profesional que quería llevar.
Todos los escaparates estaban adornados, las calles llenas de gente bulliciosa que compraba compulsivamente, los belenes a ojos vista y los villancicos por todos lados se oían. Por unos momentos, le entró algo de nerviosismo, nunca había estado tanto tiempo fuera de su casa y tenía miedo de lo que podía encontrarse cuando llegase. Tenía miedo de todo. Pero la visión de unos niños vestidos de pastores le devolvió la ilusión y la alegría.
Se fue a comer a un rinconcito que por allí había y luego regresó al hotel. Allí, en su habitación, leyó de nuevo la carta para asegurarse de que no se había confundido ni de ciudad, ni de fecha ni de premio otorgado, pero no, todo era tal y como ella creía haber leído. Lloró de alegría durante un largo rato hasta que se durmió soñando con la entrega que en tres noches tendría lugar.
Al día siguiente despertó en la habitación del hotel. Ya era Nochebuena pero no le apetecía salir a la calle. En el hotel tenían una magnífica chimenea, cerca de la cual estaban terminando de adornar un árbol enorme. Ella se acercó, tiritando de frío.
-¿Puedo echar una mano? -Ana sonrió encantada
-Claro, páseme los adornos -la mujer, que trabajaba en el hotel, le devolvió la sonrisa- ¿la primera Navidad fuera de casa?
Mientras adornaban el árbol, se pusieron a charlar. Ella no mencionó a su familia ni tampoco dejó entrever ninguna tristeza, solo respondió a las preguntas como si fuera otra persona quien respondiera. Sin embargo, se dio cuenta de que aquello no estaba bien, pues no mentía a aquella mujer, se mentía a ella misma. De modo que pidió perdón, y respondió con sinceridad. Estuvieron charlando un largo rato de sueños, de ilusiones y las distintas formas de ver la vida.
-¿Necesita algo? -tras terminar de adornar el árbol, Ana fue preguntada con un gesto de agradecimiento.
-Un chocolate.
Se sentó junto a la chimenea mientras se oían los villancicos y esperaba la bebida caliente. Tenía la mente en blanco, pero el corazón palpitante de emoción. Dos noches más, y el premio estaría en sus manos, pero esa noche era Nochebuena e iba a disfrutar de ella con la tranquilidad de que se podía mostrar tal y como era sin que nadie le dijera nada, aunque… ¿cómo se celebraba la Nochebuena? Ana no tenía ni idea, así que cuando le llevaron el chocolate, preguntó algo sonrojada.
-Perdone, ¿aquí celebran la Nochebuena?
-Claro, todos los años organizamos una fiesta para nuestros clientes, si quiere, únase a ella, a las nueve dará comienzo en el comedor.
Ana, tras agradecer aquellas palabras, se tomó el chocolate y se dispuso a salir. Las tiendas aún estaban abiertas, así que se podía comprar algo, en el pueblo había dejado ropa que le podía servir para la entrega de premios y también para la cena, pero decidió coger la tarjeta e ir a comprarse la ropa que a ella le gustaba de verdad para esas ocasiones. Nunca había acudido a una fiesta, pero suponía que en chándal no se iría, así que se compró un vestido y algunas prendas más. Estaba dispuesta a mostrar por fuera, lo bien que se sentía por dentro.
Aquella noche, durante la fiesta, sin proponérselo, fue el centro de atención. Su gracia bailando, su voz cantando los villancico, el brillo de sus ojos, su sonrisa, su manera de recitar poemas... todos la miraban y le pedían actuaciones. Ella, que nunca se había sentido tan bien, accedía a todas las peticiones. Fue la reina de la fiesta y se sentía la reina de su vida. Delante de todos los presentes, Ana sonreía por fuera, pero no podía mostrar lo que su corazón disfrutaba porque no existían palabras.
Aquella Navidad sí era digna de recordar, y no solo por el premio. No oía insultos ni la entristecían las peleas de sus padres, ni tampoco vivía con el miedo y el sobresalto de los despertares a base de gritos. Por primera vez era una Navidad como ella siempre había soñado: con tranquilidad y alegría.
Una Navidad, en la que sí, estaba sola, pero no tenía a la soledad por compañera.